miércoles, 31 de octubre de 2007

Asalto nº17 - Vulcano

Salía el sol en el horizonte cuando el Vigilante se puso de nuevo en marcha, al mismo tiempo que lo hicieran los malhechores de la noche anterior, ahora más sumisos y obedientes. Lo acaecido a nuestro amigo era ya como un recuerdo moribundo, breve pero significativo ejemplo de las aventuras que le aguardaban, a modo de aperitivo. Hoy la jornada se presentaba como otra cualquiera en el camino, aunque el sonido de las pisadas, que antes se presentaban amenazadoras, se había convertido en inofensivos y parsimoniosos pasos que le tranquilizaban. Esos seis hermanos, emisarios del mal, le protegerían de los peligros que le acecharan de ahora en adelante, lo que no sabía el Vigilante era de qué modo.

Apenas hubo caminado unas cuantas millas cuando fue a encontrarse junto a un río. Transparentes melenas en cascada se dejaban caer por las agrestes rocas de un impresionante acantilado allá a lo lejos. Esculpiendo paciente la indomable piedra, escarbando incesante cada grieta, cada oquedad, horadando pequeñas cavernas que conformaban un espacio que, a medida que profundizaba, parecía comunicarse a través de pequeños caños de agua que iban a parar al mismo lugar. El Sr. Vig, escoltado por los nuevos amigos, pensó que no estaría mal aprovechar tal cantidad de agua para refrescarse y así de paso, desquitarse del susto de la noche pasada. Además los "amigos" lobo, tras aquella larga caminata, tendrían sed y aquel era el lugar perfecto para saciarla.

Se detuvo un instante a mirar cuál sería el lugar para darse un chapuzón, y encontró un pequeño saliente a poca altura del agua que le ayudaría a salir de la misma sin demasiado esfuerzo. Una vez se había deshecho de la capa y demás indumentaria se sumergió decidido en el agua, comprobando que tenía una temperatura perfecta, algo extraño dado que aquella agua procedía de lo más alto de la montaña. Mientras disfrutaba de aquel atípico baño se le ocurrió que debía empezar a pensar cómo llamaría a sus recién adoptados compañeros. Empezaría por el que parecía ser el líder de la manada, el más grande de ellos, un ejemplar que imponía respeto y admiración por la belleza de sus proporciones, por el negro y brillante pelaje que le cubría, resaltando aun más el ardiente color ámbar que, como el fuego, iluminaba sus ojos. A este lo llamaré Akela -dijo para si el Vigilante- ese será su nombre. Y cogiendo una gran bocanada de aire se adentró un poco más en la gran caverna acuática que acababa de descubrir, alejándose cada vez más de la orilla, mientras Akela y su manada le seguía atento con la mirada, con algo más que curiosidad.

De repente todos alzaron las orejas al unísono, un golpe seco resonó por toda la caverna, un eco desconocido en forma de cántico comenzó a llenar cada rincón de ésta, sonidos ensordecedores se entrelazaban en el aire cuando todo comenzó a temblar.

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